sábado, 16 de junio de 2012

"El asesino dentro de mí de Jim Thompson" por Álvaro Cortina



Álvaro Cortina | Madrid - El Mundo

Central City, Texas. 48.000 habitantes. 48.000 almas. Allí, naturalmente, la gente dice cosas como "el viejo Bob Maples, el sheriff", o "la vieja granja de los Branch". Se dice "qué diablos", se trata de "señorita" a las solteras. El adjunto del sheriff de Central City, Lou Ford, espera con el sombrero en la mano en el cobertizo después de tocar la puerta. Un sombrero de ranchero, el suyo, un sombrero Stetson. Él dice "el Stetson", como si todos los lectores fueran de las llanuras polvorientas de Texas y debieran saber que es un sombrero. Jim Thompson tampoco detalla desde dónde, cómo y para quién escribe el narrador Lou Ford el manuscrito de El asesino dentro de mí (RBA).

Portada de la nueva edición del libro. | Rba.
Portada de la nueva edición del libro.
Rba
Es una de las 13 novelas que escribió por encargo Thompson para el sello Lion, una editorial para tamaño de bolsillo, en venta en los kioscos. 13 novelas en cuatro años (1952-1956). Los kioscos se quedarían llenos de sangre desparramada sobre la acera. Las descripciones parcas, los pasos lentos, las lentas palabras del ayudante del sheriff se cruzan por una letra en cursiva. Aparece cuando menciona su "enfermedad". Estas palabras ladeadas son la migraña tozuda que zumba entre dos saludos cotidianos:

"Tenía ganas de soltar una carcajada. Tenía ganas de gritar. Tenía ganas de lanzarme sobre él y hacerle pedazos". En la novela más emblemática del autor, '1.280 almas' (1964), se retoman estos pasos lentos de sheriff con Nick Corey, haciendo crujir el suelo requemado de Potts County. Y también se prende la mecha como si tal cosa, un azar de las primeras páginas (las elecciones locales, una conversación). Ambos, narradores, con el asesino dentro de sí que sale, y la placa titilando.

Abrimos las puertas de estos libros y, nada más meter la nariz, ya tenemos una deriva sangrienta de los gestos, de los pensamientos. En un momento dado estos hechos terribles suceden, simplemente. Llanamente. Y no sabemos a quién pedir cuentas. Thompson sabe añadir unas gotas de razón a la escabechina, pero las justas. O sea, pocas.

La intriga. La enfermedad. Una venganza. El poderoso y odioso Chester Conway, de la Conway Construction Company. Los oleoductos, las carreteras, el ruido de las máquinas de extracción de petróleo. Las mujeres y los traumas. A veces deja puntos suspensivos y palabras partidas por la mitad. Así se leen de rápido estas 227 páginas. Henry Miller o Céline, exuberantes, poseídos de imágenes, poseídos de espumarajos e insultos, procuraron inmoralizar a base de salvas estéticas, de brillo en la palabra desatada (también en la expresión fea). El austero Thompson se traga peor con tanta parquedad, con diálogos lentos, tan bien medidos, con tanta contención en el delirio.

"En muchos libros que he leído, el autor parece descarrilar, enloquece en cuanto llega al momento culminante. Empieza a olvidarse de los signos de puntuación, suelta todas las palabras de una vez y divaga acerca de las estrellas que parpadean y que se sumergen en un profundo océano opaco. Y no hay forma de enterarse si el protagonista está encima de la chica o de una piedra. Creo que este tipo de manía pasa por tener un gran valor intelectual". Lo dice Lou Ford, el narrador detallista e impudoroso. He aquí su declaración de intenciones (y la de su creador).

Picnic psicoanalítico

Todo a su tiempo. Un ataque le lleva a otro, una amenaza a nuevos planes. De una víctima, en el suelo: "Llevaba una blusa blanca y un traje sastre color crema claro. Y debía ser nuevo, porque no recordaba habérselo visto". Este pueblo, donde la gente dice (según el traductor) "por el amor de Dios" será otro escenario nocturno de Jim Thompson, otro reguero de almas con las entrañas fuera. Juan Sasturain, en el prólogo de esta edición (oportuna, por la llegada de la adaptación por Winterbottom, que hizo a la gente salirse del cine en el Festival de Berlín) se refiere brevemente a la vida del tardíamente famoso escritor. Y de paso, escribe (lo que es anormal) un prólogo sucinto y enjundioso. Habla del "picnic psicoanalítico" que supuso su padre para los críticos olisqueantes de taras biográficas, corrupto agente de la ley, petrolero también, y oscuro.

Thompson, al parecer, fue muy querido por su mujer y sus hijos. Era "amoroso y solidario". Conocía bien las poblaciones con sombreros Stetson del Oeste, conocía bien los oficios que trasladaba a las letras pausadas de sus libros rápidamente, simenonianamente escritos. Pero, que se sepa, no mató a nadie. No sabemos el lugar, el espacio, el infierno o la razón desde el que el protagonista, Lou Ford, cuenta sus crímenes, como no podremos delimitar con certeza el rincón personal (el infierno) en el que Thompson se dedicó a cultivar sus sangrías ficticias, en supurante cursiva mental.

El asesino dentro de mí, de Jim Thompson. Traducción: Galvarino Plaza. RBA, 2010. 227 páginas.

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